lunes, 13 de septiembre de 2010

HACIA EL CAMPO DE LAS ESTRELLAS (Cap. III)

LA ÚLTIMA CENA
 
Casilda revive cada vez que entra en un nuevo albergue, parece que no hubiera caminado durante más de veinte kilómetros y su energía la transforma en un torbellino de búsquedas en su iPhone. Consulta sobre las posibilidades culturales de Pamplona, las peculiaridades de la ruta del día siguiente y termina escribiendo su estatus de facebook. Aprovecha entusiasmada que tiene cobertura 3G y manda sendos correos electrónicos a sus hijos en los que les da cuenta de su camino, las novedades del día y nuestros planes más inmediatos. Parece que va a terminar, pero veo una sonrisa maliciosa en su cara, un gesto que ya me es familiar y que siempre atribuyo a un pensamiento hacia su cuñada. No me equivoco.

Niña, dile a tu tía que le mandaría algún mensaje si tuviera facebook o por lo menos un triste e-mail… pero ya sabes que las nuevas tecnologías, y la hermana de tu padre están peleadas, díselo con cariño ¿eh?.

Yo, en tanto, descanso unos minutos echado sobre la cama con la sensación de que todo me da vueltas y de que me arden los pies. Actualizo mi estatus, como Casilda, navego por los perfiles de mis amigos e intento buscar una frase que resuma el día de hoy: "On the road again". La jornada ha sido más larga y pesada que la anterior, pero aún no hemos terminado el día, Mon y Jorge nos han invitado a cenar a uno de los restaurantes más chic de Pamplona, por lo que tenemos que vestirnos para la ocasión y seguir conociendo a nuestros compañeros de viaje.

En la puerta del albergue somos cuatro desconocidos. Jorge y Mon se han transformado en dos "víctimas de la moda"; las camisetas de algodón y las bermudas funcionales han dado paso a un riquísimo repertorio de camisas, pantalones y zapatos “vintage” de las tiendas del entorno de Chueca. Me siento fuera de lugar, un inadaptado a las exigencias de la etiqueta y del saber estar... Mientras Casilda los mira de arriba a abajo, parece meditar alguna reflexión y espeta sin pensarlo más:

- Me acabáis de recordar a los personajes de "Amar en Tiempos Revueltos". Lo veo todas las tardes… y ya llevo una semana de abstinencia.

Risas, silencio incómodo y a otra cosa, mariposa.

El restaurante no es lo que yo me esperaba, se trata de una taberna venida a más donde se reúnen las nuevas generaciones de pamploneses; jóvenes con ganas de probar los mismos platos con distintos nombres y presentaciones más estéticas. Mon presume del sitio como si fuera suyo, al fin y al cabo ha sido a él a quien se lo han recomendado; parece conocer al dedillo las especialidades, anécdotas del lugar y delicatessen de la carta mejor que los propios camareros. Pedimos, comemos, brindamos por los novios, compartimos algún plato; hablamos, reímos y rompemos el hielo que parecía instalado entre nosotros.

La cena es una ocasión propicia para ponernos al tanto de sus vidas. Nos cuentan que se conocieron en marzo de 1994 en la Escuela de Arte Dramático, Mon cursaba su primer año y Jorge pasaba horas en la biblioteca preparando un trabajo de investigación sobre un actor de los años 30. Cuentan que fue un flechazo y que enseguida comenzaron a salir y a hacer planes de futuro sin ningún temor a equivocarse. Ambos hicieron un viaje ese año a San Francisco donde pudieron caminar por la calle cogidos de la mano sin que nadie les incomodara. Jorge habla poco, asiente al relato de su marido y a veces le mira como pidiendo permiso para poder contar algún detalle que matiza la narración y que agradecemos los dos.

Tras la cena Mon empieza a marearse, su locuacidad se va apagando entre frases inconexas y llenas de lamentos. Se muestra molesto, se queja del estómago y la uniformidad de su maquillaje facial comienza a perlarse con diminutas gotas de sudor frío. ¿Un corte de digestión? ¿una intoxicación en el exclusivo restaurante que le recomendaron sus sofisticados amigos?. No sabemos, pero Jorge, preocupado, decide llevarlo a la clínica Universitaria de Navarra para salir de dudas. No permiten que les acompañemos después de haber insistido repetidas veces Casilda y yo. Nos volvemos preocupados al albergue sin saber si mañana nos seguirán acompañando en el camino nuestros excéntricos amigos.

                                                                                                      Jaime Pacios



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