viernes, 3 de septiembre de 2010

HACIA EL CAMPO DE LAS ESTRELLAS (Cap. I)

Y DE REPENTE EL CAMINO

Y de repente estoy en Roncesvalles, no me preguntéis cómo; pero esta noche me he decidido, después de tantos años buscando excusas, preparándome mentalmente, buscando gente con quien realizar este gozoso camino… a hacer el Camino de Santiago. Sin preparación previa, sin mentalización de ningún tipo, sin buscar calzado apropiado para tantos kilómetros a pie; sin apenas echar en la mochila los aparejos imprescindibles; sin comunicar a mis más allegados semejante pretensión, sin nada de esto, como un insensato, me he echado a un camino de 780 kilómetros para recorrer solo o en compañía de otros.

La sensación es rara, hace tan sólo unas horas estaba casi pendiente del televisor casi “sufriendo” ante las jugadas de una Selección Española (la Roja) que ni siquiera llevaba este color… y ahora me encuentro en un mundo distinto, ni calor hace. Lo único que me importa ahora son ciertas señales con forma de concha que son mis aliadas, que me buscan, más que yo a ellas, por estos primeros pasos hacia Santiago.

Comienzo a andar. Los primeros momentos son de euforia, una espléndida sensación de atrevimiento, un hito en mi vida y una aventura por vivir sin fechas cerradas; ningún trabajo me espera, ningún compromiso me sujeta y tengo todo el tiempo del mundo.

Llevo caminando dos horas en las que me cruzo, avanzo en paralelo o saludo a algunos de los peregrinos que comparten mi camino. Casi todo el mundo va en grupos o parejas, muchos de ellos, son extranjeros; la mayoría franceses, es fácil distinguir esa fonética tan gutural y esa genuina posición de labios que avanzan y redondean con tanta facilidad, siento envidia, los miro, pero sigo mi camino no sin antes estrenar el saludo oficial de los que vamos por la misma senda hacia un mismo destino: ¡“Buen Camino”!.

Un tenue sol de verano, que en nada se parece al de Madrid, llega al centro del día y me recuerda que hay que comer e ir pensando en un sitio para dormir. Cuando salí de casa esta madrugada ni me planteé ciertas necesidades, que las tengo, como humano que soy.

Atravieso una pequeña localidad a pie del camino y veo una pequeña tienda en la que hay varios peregrinos, me acuerdo de esa vieja máxima que todo español conoce y que dice “allá donde veas camiones parados, se come bien” y por asociación de ideas me paro, saco el dinero y entro en la tienda para comprar algo. Entro y no parece una tienda de comestibles, todo está lleno de gente con mochilas, veneras de Santiago y bastones (viejos cayados de palo o modernos bastones para senderismo con mira telescópica), cantimploras tipo boy scout o la tradicional , socorrida y sobre todo pintoresca de calabaza hueca. Todos están arremolinados en torno a varios tenderetes en los que se exponen quesos, jamón, panes y productos lácteos industriales y otros que parecen elaborados por alguien del pueblo.

Consigo comprar algo de embutido y un poco de fruta, no tengo demasiada hambre, pero todo tenía tan buena pinta que era imposible no probarlo. Me siento en un banco de piedra junto a una pequeña plaza con una iglesia de piedras oscuras y techumbres de algo similar a la pizarra. Me gusta, como un bocadillo y contemplo todo lo de alrededor; pero los de mi alrededor también me contemplan a mí. No sé por qué, quizá sea porque no doy el tipo de peregrino, ni mi indumentaria ni mi actitud se ajusta a ese prototipo. Me miran y siguen su camino y quizá piensen en mi desubicación, un chico de ciudad como yo… se me nota a la legua… ¿y haciendo el camino solo? o quizá piensen en mí como un estrafalario peregrino con una pequeña mochila en la que no cabe todo lo necesario para tantos días de camino… Lo que está claro es que yo no pensaba cargar con tantos kilos a mis espaldas, soy muy cómodo, lo sé; pero es mi forma de disfrutar de esta aventura.

Sigo la singladura en la que cada vez se hace más incómodo transitar. El famoso camino no está en condiciones. Ayer llovió y se han formado verdaderos charcos y tremendos barrizales. Mi calzado no es el apropiado, ya lo dije; pero es el que hay y muchas veces tengo que sortear los charcos mediante un buen rodeo. No importa, estoy aquí para eso y por todos los caminos se llega a Roma o a Santiago.

De repente, cansado de ir embebido en conversaciones y discusiones conmigo mismo en las que, por cierto, yo siempre tengo los argumentos más sensatos… veo no lejos de mí, la silueta balanceante de una mujer en el camino. Según me aproximo veo que es una mujer de unos 70 años, estatura normal, pelo ligeramente recogido con una cinta de felpa y perfectamente equipada para recorrer los más de 700 kilómetros hasta nuestro destino. Me sorprende su soledad, pienso de inmediato que es la rezagada de algún grupo de otras mujeres u hombres de su edad. Pero no, parece ir muy tranquila y no echa de menos a nadie. La saludo con el consabido "¡Buen Camino!" y ella, sorprendida, me dice "¡hijo, qué susto!". Carcajada de ambos y amistad y compañía hasta el final de la etapa.

Casi todas las amistades cuentan con una anécdota que suele ser el origen de su relación, la nuestra, la de Casilda, que así se llama mi nueva amiga, y mía; fue eso, el susto en forma de saludo con el que rompimos el hielo y nos acompañamos durante el resto de la jornada.

Me cuenta Casilda que lleva tres días de camino, que empezó en Saint Jean au Pie de Port, que apenas está cansada porque está muy acostumbrada a andar todas las tardes un par de horas por los alrededores de su Zamora natal; que su idea de hacer el camino surgió de una afrenta personal por parte de su cuñada quien la desprecia hasta el punto de no creer que pudiera ir sola ni a la vuelta de la esquina… que se quedó viuda en 2004 justo dos meses antes de empezar un camino de Santiago al que sí habría asistido acompañada y que ahora, reestablecida de esa pérdida, se atreve a hacerlo “para ofrecérselo a mi Fermín” que así se llamaba su marido.

Casilda me habla y yo escucho, escucho y observo sus gestos, su manera de caminar tan oscilante que parece que lleva amortiguadores; pero no, se trata de un incipiente reuma que está dando sus primeras señales y que de momento no afectan a su valentía para caminar por este tramo que se ha vuelto más pedregoso y empinado que en su comienzo.

Casilda habla y habla y a mí me divierte, me gusta mirar sus gestos que enfatizan su discurso, su expresividad de matrona de una Castilla primitiva y poco contaminada por las modas lingüísticas de las grandes ciudades. Me gusta mirar las dramatizaciones casi teatrales cuando habla por boca de su cuñada o de las vecinas con las que tiene algún “asunto pendiente”. Me produce ternura, pero también me siento solidario con ella porque está haciendo algo que ya daba por perdido y sobre todo porque nadie daba un duro por su aventura, y ya lleva tres jornadas demostrándose a sí misma que ninguna cuñada le va a robar sus ilusiones.

Casilda sigue hablando y yo empiezo a sentir los primeros síntomas de cansancio; no de sus historias sino de mis piernas. Las siento algo entumecidas y empiezo a preocuparme por buscar alojamiento, una buena ducha y comer algo. El camino es ahora un vertiginoso descenso entre boj, portones que se abren y cierran hasta la entrada de Zubiri y fin de mi primera etapa.

Gracias a Dios, Casilda sabe de un albergue “muy sencillo, pero muy limpio” que se llama “El Palo de Avellano”. Allí entramos… sólo disponen de su habitación; pero ésta es doble… así que me invita a pernoctar con ella esta noche. Mañana Dios dirá.

                                                                                                                    
                                                                                                       Jaime Pacios

1 comentario:

  1. Absutamente delicioso. Un viaje interior que todos deberíamos llevar a cabo al menos una vez en la vida. Gracias por compartir esta bellísima experiencia con todos nosotros... y gracias por esa sensibilidad con la que están escritos todos y cada uno de sus párrafos.

    Místico

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